Sofía, pasión en casa: el arte de una escort dominante

Cama desordenada tras un encuentro íntimo con una escort en casa

La lluvia golpeaba con cadencia contra los ventanales. La ciudad parecía diluirse en el reflejo de las gotas, mientras el reloj marcaba las diez. Había encendido unas velas, más por nervios que por estética, y acomodado dos copas de vino sobre la mesa del salón. Había algo de ritual en esa espera, como si supiera que aquella noche no sería una más. Era mi primer encuentro íntimo con una escort en casa, y todo el ambiente parecía conspirar para convertirlo en algo único.

Sofía llegó puntual. El sonido de sus tacones sobre el mármol del portal aún resonaba cuando abrí la puerta. Allí estaba: abrigo largo, labios rojos, mirada fija y una sonrisa leve que no buscaba complacer, sino advertir.

Entró sin esperar invitación. Cerró la puerta detrás de sí, me miró sin apuro, y sus palabras fueron las primeras que cortaron el silencio:
—No digas nada. Solo escucha.

No era una orden ruda, sino una melodía cargada de intención. Apagué las luces. Las velas se convirtieron en el único testigo del cambio de atmósfera. Todo adquirió un tono ámbar, íntimo, expectante.

Sofía se deshizo del abrigo con un movimiento tan fluido que parecía coreografiado. Llevaba un body negro, ceñido, con encaje en los lugares precisos. Sus curvas eran un manifiesto de poder y deseo. No avanzó hacia mí: me hizo un gesto sutil con el dedo, indicándome que me sentara.

Hoy no piensas. Hoy solo sientes.

Me dejé guiar. Cada paso suyo era pausado, pero firme. No buscaba seducirme… ya me tenía. Me observaba como si evaluara mis reacciones, como si saboreara cada gesto de entrega que salía de mí. Jugaba con mi respiración, mi piel, mi ansiedad. Me rozaba con intenciones que no se concretaban del todo, prolongando cada instante.

Cuando al fin se sentó sobre mí, su piel tibia contra la mía, me tomó el rostro con una mano y me susurró:
—¿Ves lo que pasa cuando confías?

Todo era control. Todo era placer. Un equilibrio perfecto entre la ternura y la dominación, entre lo sensual y lo mental. No era un simple juego de seducción, era un verdadero encuentro íntimo con una escort en casa, donde cada gesto tenía intención, cada silencio hablaba.

Horas después, mientras ella se ajustaba el abrigo con la misma elegancia con la que había llegado, solo me dejó una frase antes de salir:

—Cuando estés listo para más, sabrás cómo encontrarme.

Y así se fue, dejándome con la sensación de haber vivido algo que no podía explicarse… solo repetirse.

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